Patatas de Cella
2 huevos enteros
2 yemas de huevo
Pan rallado
Harina
Aceite de oliva del Bajo Aragón
Sal
Modo de hacerlo:
Una croqueta es, generalmente, una masa hecha con un picadillo de jamón, pescado, carne, huevo,... que, ligado con bechamel, se reboza en pan rallado y huevo y se fríe en abundante aceite. Suele tener forma redonda u ovalada.
Hacer la bechamel, buscar el jamón, el pescado,... y picarlos, darle forma, etc., requiere un estado psíquico y físico aceptable, por eso están a la alta las croquetas de bacalao, de jamón, y otros muchos y variados ingredientes en los supermercados, en la sección de congelados.
Particularmente a mi hijo nunca han llegado a gustarle las croquetas congeladas (aparte de que, si no las freímos, darles un bocado resulta un poco complicado y el gusto no es, precisamente, agradable al paladar). Las croquetas que siempre le han encantado han sido las de carne, generalmente pollo, que hace mi mujer.
Después de plantearme preparar un plato para este libro, que es mi obligación, decidí aprender a elaborar croquetas de patatas para lo que, un día festivo, me levanté a eso de las siete de la mañana dispuesto a sorprender a mi familia con el plato elaborado.
7,30 a.m.
- Mamá, mamá, despierta, que tienes que echarme una mano.
- ¡Uhmmm! ¿Qué pasa?
- Que no encuentro las patatas.
Y allí va, somnolienta, mi mujer y me saca, de una caja del armario de la galería de la cocina, dos hermosas patatas de Cella.
- ¿Necesitas algo más?
- No gracias, cariño, ya me las arreglo yo.
7,45 a.m.
- Cari, cari, perdona, pero no encuentro el cuchillo patatero.
- Pero si está donde los cuchillos de cocina, es el pequeño.
- ¡Ah, vale!
Lo del cuchillo patatero lo aprendí de una receta que elaboró para este libro José Carrasquer. Se trata de un cuchillo que sirve tanto para pelar, como para cortar las patatas.
7,50 a.m.
- Oye, cariño, perdona, ¿tengo que pelar las patatas o las echo enteras al agua hirviendo con sal?
- Puedes lavarlas debajo del grifo, pelarlas y volverlas a lavar después. Cuando estén limpias, córtalas a trocitos ni muy grandes ni muy pequeños y, cuando el agua con sal hierva, echas los trozos de patata.
- Gracias, cari, ya no vuelvo a molestarte.
8,05 a.m.
- Oye, a todo esto, ¿cuánto tiempo tienen que cocer las patatas?
- Déjalas unos veinte minutos, y luego retira la olla del fuego.
- Gracias, ala, sigue durmiendo.
- Si me dejas un rato.
8,20 a.m.
Mi hijo se acaba de levantar.
- Pero, papá, ¿qué haces?
- Preparar un plato, aprender a prepararlo, evitarle trabajo a mamá.
- ¡Ah, vale!
- Oye, hijo, ¿por qué no le dices a mamá que venga un momento para ver que tal pinta tiene el plato?
Y la mamá, con paciencia, se presenta en la cocina.
- Mira, cariño, he cocido las patatas, he apartado la olla del fuego y he sacado las patatas, escurriéndolas, y las he colocado en un mortero. ¿Qué te parece?
- Muy bien, ¿ya me puedo ir?
- Mujer, ya que estás aquí me podrías echar una mano para añadir las yemas a la masa de patatas.
- Pica las patatas con el mazo mientras yo añado las yemas, ¿vale?
Y allí estoy yo, picando las patatas con el mazo del mortero, mientras mi mujer separa las yemas de las claras de dos huevos y añade las yemas (que acabo de observar que son lo amarillo del huevo, al mortero). Yo sigo picando, y mi mujer, confiando plenamente en mí, vuelve a la habitación.
8,40 a.m.
- ¡Mamá, mamá, ven corriendo que al papá le pasa algo!
La verdad es que no sé por qué se asusta mi hijo. Atento completamente a la faena estoy intentando agarrar trozos de masa y cubrir con ella unos trozos de salchicha (de entre dos y tres centímetros de largos) que he calentado al microondas (las salchichas eran de bolsa, pero he tenido el cuidado de sacarlas de la bolsa y ponerlas en un plato, porque recuerdo que en cierta ocasión hubo un desastre cuando pretendí calentar una bolsa de éstas directamente, y esas cosas no se olvidan). Yo creo que lo que le pasa realmente es que le gustaría trabajar conmigo para adquirir esta pinta que estoy empezando a tener, de cocinero redomado, envuelto en la masa, más que envolviéndola. Un juego digital no nos llena tanto como esta situación.
- Pero ¿es algo grave, cariño?
- No, no, tranquila, sigue descansando que yo me apaño.
- Papá, ¿puedo jugar contigo?
- Que no, niño, que no, que estoy trabajando.
Poco a poco consigo envolver los trozos de salchicha. He tenido que lavarme las manos unas decenas de veces, pero lo he conseguido. A medido que lo conseguía iba retirando las croquetas a un plato llano grande.
9,00 a.m.
- Oye, hijo, ¿no querías echarme una mano?
- Claro, papá.
- Anda, pues ve a la habitación y le preguntas a mamá que donde está el pan rallado.
Mi mujer se acerca lentamente, me mira fijamente, creo que se le ha escapado una sonrisa, un poco cínica (me ha parecido), abre un armario de la cocina, saca una lata en la que está escrito “Pan rallado” y la deja sobre la repisa de la cocina.
- ¿Algo más, Arguiñano?
- No, aunque no te lo creas, ha sido el niño el que no lo encontraba.
- ¡Hasta luego!
9,10 a.m.
He echado el pan rallado en un plato, y dos huevos (que no me ha costado nada encontrarlos en la nevera, aunque no había un letrero que lo indicase) en otro plato. Los huevos los he tenido que abrir, pero como he pensado que sería fácil he tenido que sacar otros dos después de haberlos cascado de una manera un poco ruda y que se me hayan caído a la alfombra de la cocina (hay que reconocer que no hay huevos de gallina como las de antes, las de corral, que no se rompían de cualquier manera).
9,30 a.m.
Después de muchos aspavientos, he conseguido mojar cada una de las croquetas en el pan rallado, luego en los huevos batidos y, de nuevo, en el pan rallado, y las he apartado a una fuente plana. Para ello, tras varios intentos, he creído que lo más apropiado era usar dos tenedores, uno en una mano y otro en la otra, sin apretar las croquetas y eso, que parece tan original, lo he conseguido yo solo.
9,40 a.m.
Me ha costado encontrar el aceite, pero he descubierto el escondite, y me he hecho con una sartén. Una vez en el fuego he estado algunos minutos observando hasta que el aceite ha empezado a humear. He respirado hondo, preparándome para lo más importante, la solución final.
Añado tres croquetas a la sartén, ayudándome de los tenedores. Comienzan a freírse,... comienzan a tostarse,... comienzan a echar humo,... claro ¡habrá que darles la vuelta!
- Anda, cariño, deja que ya lo hago yo.
Mi mujer ha venido a salvarme, aunque ella no lo sepa. Yo ya estaba un poco nervioso y con una pequeña crisis de ansiedad, todo debido a las dificultades a las que me he enfrentado esta mañana de domingo.
En diez minutos las croquetas hechas.
- Papá, estas croquetas que has hecho están de rechupete.
- Claro, hijo, están hechas con amor.
No hay nada mejor que encontrarte satisfecho por un trabajo bien realizado.
2 huevos enteros
2 yemas de huevo
Pan rallado
Harina
Aceite de oliva del Bajo Aragón
Sal
Modo de hacerlo:
Una croqueta es, generalmente, una masa hecha con un picadillo de jamón, pescado, carne, huevo,... que, ligado con bechamel, se reboza en pan rallado y huevo y se fríe en abundante aceite. Suele tener forma redonda u ovalada.
Hacer la bechamel, buscar el jamón, el pescado,... y picarlos, darle forma, etc., requiere un estado psíquico y físico aceptable, por eso están a la alta las croquetas de bacalao, de jamón, y otros muchos y variados ingredientes en los supermercados, en la sección de congelados.
Particularmente a mi hijo nunca han llegado a gustarle las croquetas congeladas (aparte de que, si no las freímos, darles un bocado resulta un poco complicado y el gusto no es, precisamente, agradable al paladar). Las croquetas que siempre le han encantado han sido las de carne, generalmente pollo, que hace mi mujer.
Después de plantearme preparar un plato para este libro, que es mi obligación, decidí aprender a elaborar croquetas de patatas para lo que, un día festivo, me levanté a eso de las siete de la mañana dispuesto a sorprender a mi familia con el plato elaborado.
7,30 a.m.
- Mamá, mamá, despierta, que tienes que echarme una mano.
- ¡Uhmmm! ¿Qué pasa?
- Que no encuentro las patatas.
Y allí va, somnolienta, mi mujer y me saca, de una caja del armario de la galería de la cocina, dos hermosas patatas de Cella.
- ¿Necesitas algo más?
- No gracias, cariño, ya me las arreglo yo.
7,45 a.m.
- Cari, cari, perdona, pero no encuentro el cuchillo patatero.
- Pero si está donde los cuchillos de cocina, es el pequeño.
- ¡Ah, vale!
Lo del cuchillo patatero lo aprendí de una receta que elaboró para este libro José Carrasquer. Se trata de un cuchillo que sirve tanto para pelar, como para cortar las patatas.
7,50 a.m.
- Oye, cariño, perdona, ¿tengo que pelar las patatas o las echo enteras al agua hirviendo con sal?
- Puedes lavarlas debajo del grifo, pelarlas y volverlas a lavar después. Cuando estén limpias, córtalas a trocitos ni muy grandes ni muy pequeños y, cuando el agua con sal hierva, echas los trozos de patata.
- Gracias, cari, ya no vuelvo a molestarte.
8,05 a.m.
- Oye, a todo esto, ¿cuánto tiempo tienen que cocer las patatas?
- Déjalas unos veinte minutos, y luego retira la olla del fuego.
- Gracias, ala, sigue durmiendo.
- Si me dejas un rato.
8,20 a.m.
Mi hijo se acaba de levantar.
- Pero, papá, ¿qué haces?
- Preparar un plato, aprender a prepararlo, evitarle trabajo a mamá.
- ¡Ah, vale!
- Oye, hijo, ¿por qué no le dices a mamá que venga un momento para ver que tal pinta tiene el plato?
Y la mamá, con paciencia, se presenta en la cocina.
- Mira, cariño, he cocido las patatas, he apartado la olla del fuego y he sacado las patatas, escurriéndolas, y las he colocado en un mortero. ¿Qué te parece?
- Muy bien, ¿ya me puedo ir?
- Mujer, ya que estás aquí me podrías echar una mano para añadir las yemas a la masa de patatas.
- Pica las patatas con el mazo mientras yo añado las yemas, ¿vale?
Y allí estoy yo, picando las patatas con el mazo del mortero, mientras mi mujer separa las yemas de las claras de dos huevos y añade las yemas (que acabo de observar que son lo amarillo del huevo, al mortero). Yo sigo picando, y mi mujer, confiando plenamente en mí, vuelve a la habitación.
8,40 a.m.
- ¡Mamá, mamá, ven corriendo que al papá le pasa algo!
La verdad es que no sé por qué se asusta mi hijo. Atento completamente a la faena estoy intentando agarrar trozos de masa y cubrir con ella unos trozos de salchicha (de entre dos y tres centímetros de largos) que he calentado al microondas (las salchichas eran de bolsa, pero he tenido el cuidado de sacarlas de la bolsa y ponerlas en un plato, porque recuerdo que en cierta ocasión hubo un desastre cuando pretendí calentar una bolsa de éstas directamente, y esas cosas no se olvidan). Yo creo que lo que le pasa realmente es que le gustaría trabajar conmigo para adquirir esta pinta que estoy empezando a tener, de cocinero redomado, envuelto en la masa, más que envolviéndola. Un juego digital no nos llena tanto como esta situación.
- Pero ¿es algo grave, cariño?
- No, no, tranquila, sigue descansando que yo me apaño.
- Papá, ¿puedo jugar contigo?
- Que no, niño, que no, que estoy trabajando.
Poco a poco consigo envolver los trozos de salchicha. He tenido que lavarme las manos unas decenas de veces, pero lo he conseguido. A medido que lo conseguía iba retirando las croquetas a un plato llano grande.
9,00 a.m.
- Oye, hijo, ¿no querías echarme una mano?
- Claro, papá.
- Anda, pues ve a la habitación y le preguntas a mamá que donde está el pan rallado.
Mi mujer se acerca lentamente, me mira fijamente, creo que se le ha escapado una sonrisa, un poco cínica (me ha parecido), abre un armario de la cocina, saca una lata en la que está escrito “Pan rallado” y la deja sobre la repisa de la cocina.
- ¿Algo más, Arguiñano?
- No, aunque no te lo creas, ha sido el niño el que no lo encontraba.
- ¡Hasta luego!
9,10 a.m.
He echado el pan rallado en un plato, y dos huevos (que no me ha costado nada encontrarlos en la nevera, aunque no había un letrero que lo indicase) en otro plato. Los huevos los he tenido que abrir, pero como he pensado que sería fácil he tenido que sacar otros dos después de haberlos cascado de una manera un poco ruda y que se me hayan caído a la alfombra de la cocina (hay que reconocer que no hay huevos de gallina como las de antes, las de corral, que no se rompían de cualquier manera).
9,30 a.m.
Después de muchos aspavientos, he conseguido mojar cada una de las croquetas en el pan rallado, luego en los huevos batidos y, de nuevo, en el pan rallado, y las he apartado a una fuente plana. Para ello, tras varios intentos, he creído que lo más apropiado era usar dos tenedores, uno en una mano y otro en la otra, sin apretar las croquetas y eso, que parece tan original, lo he conseguido yo solo.
9,40 a.m.
Me ha costado encontrar el aceite, pero he descubierto el escondite, y me he hecho con una sartén. Una vez en el fuego he estado algunos minutos observando hasta que el aceite ha empezado a humear. He respirado hondo, preparándome para lo más importante, la solución final.
Añado tres croquetas a la sartén, ayudándome de los tenedores. Comienzan a freírse,... comienzan a tostarse,... comienzan a echar humo,... claro ¡habrá que darles la vuelta!
- Anda, cariño, deja que ya lo hago yo.
Mi mujer ha venido a salvarme, aunque ella no lo sepa. Yo ya estaba un poco nervioso y con una pequeña crisis de ansiedad, todo debido a las dificultades a las que me he enfrentado esta mañana de domingo.
En diez minutos las croquetas hechas.
- Papá, estas croquetas que has hecho están de rechupete.
- Claro, hijo, están hechas con amor.
No hay nada mejor que encontrarte satisfecho por un trabajo bien realizado.
José Luis Aspas
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